jueves, 14 de agosto de 2008

Todo mentira

Esta publicación es una especie de prólogo de algo que estaré escribiendo durante un tiempo. No por su extensión, sino por el contenido. Si bien todavía falta demasiado para tenerlo como a mi me gustaría, he aquí una breve introducción. Espero que lo disfruten a su manera, yo lo disfruto a la mía. En esta entrada, más que en cualquier otra, agradeceré todos los comentarios; de todos los tipos, opiniones y gustos. Hasta luego.


Hace poco me di cuenta de algo. Por supuesto que fue un descubrimiento personal, nada absoluto, pero para mí significó todo un hallazgo emocional.


Cada vez que miro a la gente en la calle, la veo correr atrás de algo. Ese algo, ese nada. Todos corren tras alguna cosa, nadie sabe tras que corre. El exceso de información, la guerra marketinera que invade visualmente el hábitat natural de los transeúntes, el caos de la ciudad, la ambición, el poder, el egoísmo. Todo se transforma en un reloj que pasa los segundos cada vez más rápido, las horas, los días, los meses, los años, la vida.


Desde hace miles de años que se busca el “sentido de la vida”. De dónde venimos, hacia adónde vamos, qué somos, qué hacemos. También muchos se ocuparon, lo siguen y seguirán haciendo, de “la vida después de la muerte”. Yo me pregunto: ¿Ya saben primero para qué vinieron a la vida, o de qué se trata todo esto?


Cuando me pongo a mirar las caras en la calle, las expresiones de la gente, mis sensaciones, las de mis pares, mis afectos, todo, se me ocurre pensar: ¿Qué es todo esto? ¿Es real? ¿Cómo funciona? Al fin y al cabo todo es un invento del hombre, ¿o no?


Hace poco me di cuenta de algo. Es todo mentira. Venimos a la vida a pasar el rato. Todo lo que hay en el mundo- exceptuando a la divina naturaleza, por supuesto – es un invento. Meros inventos de la comodidad, del deseo, de la globalización que tanto bien y tanto, pero tanto mal nos hace.


Ojalá la gente tuviese más tiempo para conocerse la una a la otra, para compartir, disfrutar, reír, llorar, sentir profundamente las verdaderas cosas de la vida, que ante tanto flujo de datos, información, mentiras e inventos, se pierde.


jueves, 7 de agosto de 2008

Esencia madre




El camino estaba teñido de un marrón agradable por las hojas que el otoño había dejado caer. El pasillo arbolado inspiraba mesura. Se podía sentir una presencia indescifrable tras las raíces que tenían cientos de años cada una. El viento rozaba su piel como una caricia. A su alrededor no se podía vislumbrar más que un paisaje verde, tranquilo; sin embargo, él no podía encontrar la plena calma, algo lo inquietaba.


Se dirigió a lo largo de toda la pasarela de hojas crujientes hasta llegar a un ombú que lo miraba de reojo. Al pasar por su lado, Filis pensó en decirle algo, intentar evacuar su duda. ¿Qué era aquello que le inquietaba el paso en medio de tanta paz? ¿Quién está aquí además de usted y yo, señor Ombú? No lo hizo, no quiso molestar y caminó unos pasos más. Hacia delante sólo se podía observar lo mismo que hacia atrás: verde, marrón, un cielo de ramas que oscurecían las nubes y el aroma de las flores que perfumaba la travesía.


Caminó dos metros, hasta que el silencio fue roto.


“Calma hijo, ten calma”, una voz grave pero dulce, paterna, fue la que soltó el mensaje de distensión. Filis giró sobre su eje, miró hacia atrás, dirigió su mirada al Ombú y replicó: “Siento que algo aquí no está bien”.


El gran sabio le explicó al joven que días atrás fuerzas sobrenaturales se habían presentado, pero que luego de batallar horas y horas, apareció la Madre, quien les impuso que retomaran el mismo camino que habían utilizado para llegar hasta ahí, para volver a sus tinieblas en lo alto de las montañas.


“Ella solo aparece en situaciones extremas”, explicó. Luego, prosiguió diciendo que los rastros y las huellas de las criaturas malignas quedarían allí por unos días, hasta que el aire vuelva a hacerse puro.