viernes, 26 de septiembre de 2008

Milagro en el sommier - Capítulo I

Siempre sospechaba de su relación con un compañero de trabajo, pero nunca pensé que mis sospechas fuesen acertadas en su totalidad.



Caminé durante toda la tarde hundido en las calles del centro. La genteflotaba a mi alrededor, el humo de los colectivos me era indistinto y las bocinas que podrían haber sido la sinfónica de Londres y yo no me hubiese dado cuenta. Estaba completamente concentrado en la situación; en cómo haría para sacarme las dudas, para descubrirla, si era que había algo para descubrir.


Fui por Reconquista, desde Avenida de Mayo hasta Sarmiento. Las mareas humanas acechaban mi tranquilidad, pero mi ser era inerte a cualquier perturbación, solo pensaba en el plan que tendría que ejecutar.


Entré en un cafetín. Mesa para dos, aunque una silla quedó vacía, lejos de la ventana. Pedí un cortado, que vino con una masita que parecía de limón y un vasito de agua. En la mesa de al lado tenía un veterano con un ristretto y sus parisienne; contra la ventana, una cincuentona maquillada como puta de los 70´ esperando a su príncipe azul; en la barra, un cadete que seguía despertándose mientras leía el deportivo y tomaba un submarino con medialunas y, algún oficinista que entraba la baño a empolvarse la nariz o vaya uno a saber qué.


Un tiempo atrás, una conversación que Laura había tenido cuando hubo vuelto del trabajo me llamó la atención. Su voz – la cual escuché desde la cocina, mientras ella hablaba por el aparato del comedor- no denotaba la sequedad habitual de sus telefoneadas con terceros.

Había sido suave, dulce e insinuante.



Las vueltas de trabajo más tarde de lo habitual, que se permitió algunos martes, potenciaron mi desconfianza. Pero la gota que rebalsó el farol fue una llamada a su celular el último lunes, tarde a la noche, a la que ella simplemente contestó: “Mañana ahí”.


Nuestra relación siempre fue excelente. Estamos juntos hace 15 años y compartimos la mayoría de nuestros momentos. Somos compañeros, amantes, amigos, pocas discusiones entre ambos; la armonía y el bienestar supieron ser testigos de nuestra unión y convivencia. Aunque, en los últimos meses la noté distinta.


Cuando ella tuvo la breve comunicación por celular el último lunes- pensando que yo dormía- decidí que iba a esperar hasta la semana próxima.


Claro había quedado que los martes eran SU día de encuentro con la persona que comprendía el triángulo. Ahora yo debía idear cómo iba a hacer para averiguar de qué se trataba la cuestión y cómo haría para que ella no se de cuenta.


Tomé el cortado y esperé que sea su hora de salida del banco en el cual trabaja. Cuando las agujas se posaron en las 17 dejé los cinco pesos en la mesa y me fui. Estaba en Reconquista y Sarmiento, ella en 25 de Mayo y Perón. Caminé hasta la esquina y me escondí para que no me viera cuando salía.

Mi celular sonó. “Amor, soy yo”, era ella.


Mi corazón dejó de latir por un instante. “¿Me habrá visto?”, pensé.

-Hola Lau – respondí casi tartamudo.

-¿Dónde estás? Cuánto ruido que hay.- indagó sorprendida de no oír la paz de nuestro hogar, en el cual yo trabajaba como escritor.

-Salí a caminar un rato… necesitaba despejarme un poco, no podía seguir escribiendo.- Era común que salga a caminar para relajar el cerebro.

-Ah bueno- dijo- hoy no me esperes a cenar, porque voy a volver tarde. Me junto con las chicas a cenar- me explicó.

-Perfecto gordi, pasála bien, no hay problema. –consentí-

-Gracias amor. Te mando un beso, te amo.-dijo

-Yo también, chau Lau.


“Me junto con las chicas a cenar”, cómo me quedó dando vueltas esa frase en la cabeza. A los cinco minutos de que cortamos el teléfono, la vi salir.

¿Sola? No, con un compañero. El de mis sospechas.


Dejé una cuadra de distancia y los seguí sin perderlos, en medio de toda la gente que salía de sus empleos. Al llegar a Avenida de Mayo, se detuvieron. Beso en la mejilla y adiós. Uno para un lado y otro para el otro.



La situación me desconcertó.