domingo, 23 de enero de 2011

Destino marcado

No le temo al fin del mundo. En definitiva, si todo se acaba, egoísmo mediante, se acaba para todos. Sin sufrimiento, sin ayer y sin mañana. La idea de vivenciar el final me seduce.

Imagínense, ver el final de todo. Claro está que no podríamos contarlo, debatir las causas, analizar las consecuencias; pero qué más da. No creo que lo vea.

Le temo a la soledad. A vivir sin vos. Al fantasma de ese fracaso que no quiero conocer.
Qué dolor. Qué agonía. Sería la perfecta acepción de la "lágrima".

Soy un porfiado, un reincidente, un enamorado. Mi destino está marcado.

Nunca dejes de buscar.

domingo, 17 de octubre de 2010

Unos locos lindos


Esta es la historia de gente común, pero distinta, de unos cuantos locos.

“Un loco deja de serlo cuando su idea se hace realidad”, leí por ahí. Cuánta verdad.

En sociedades como la nuestra es difícil imaginar que alguien haga algo desinteresadamente, sin querer sacar provecho alguno de la situación a la que se enfrenta. Para eso están estos locos.

Locos idealistas que buscan la igualdad social. ¡Ja ja!

¿Qué se creyeron estos ingenuos? ¿Que pueden cambiar el mundo? ¿Que pueden desaparecer las sociedades de consumo? ¿Creen acaso que van a acabar con los prejuicios, el egoísmo, la hipocresía y la desigualdad?

Si. Nos lo creímos… buscamos justamente eso. Y no vamos a parar hasta conseguirlo.

Es por esto que nosotros, los locos, tenemos un nombre común: Voluntario; somos parte de una misma familia: Un Techo Para Mi País; y tenemos un mismo objetivo: ayudar a erradicar la extrema pobreza en Argentina y Latinoamérica.

Cuando los locos vamos a los barrios a detectar, a construir, a la juegoteca con los nenes, a los talleres de oficios, a las charlas o simplemente a visitar a las familias, se nos llena el corazón.

Se nos llena el corazón al terminar de darnos cuenta que, como diría Manu Chao, “Todo es mentira en este mundo”. Todo menos esto.

Esta realidad. La realidad de la injusticia, de la desigualdad. La realidad de las familias que no tuvieron las mismas oportunidades que nosotros, que no tienen acceso ni al agua, mucho menos a la educación, pero sí a la esperanza.

Ese es nuestro motor, nuestro alimento. Las sonrisas de los chicos a los que les damos un hogar lejos del barro y de la lluvia; los llantos de padres desesperados por poder progresar y contar la tranquilidad de que sus hijos se enfermarán un poco menos; la ilusión de poder salir a conseguir un trabajo digno; y la confianza de saber que un cambio es posible.

Estos locos, nosotros, estamos contribuyendo para lograr un cambio. Dejamos de lado ciertas cosas, resignamos otras, porque tenemos la convicción de saber que esto es lo importante. Que nada nos detenga. Por favor.

Es esencial que sigamos adelante. Que sigamos contagiando y confiando en que, detección a detección, construcción a construcción y más que nada, que de familia a familia, podemos cambiar la realidad. Esta es la realidad y está en nuestras manos cambiarla. Juntos podemos ayudar a quienes más nos necesitan.

Si no vale la pena esto, no vale la pena nada.

Gracias locos, a todos ustedes por contagiarme esta mágica locura.

Ojala, el mundo estuviera un poco menos… pero un poco más loco.

Les habla una persona que supo estar desesperanzada.

lunes, 4 de octubre de 2010

Voyeur

Dicen que hay miradas que valen más que mil palabras. Si bien no me gustan las frases hechas, es innegable que, no sé si existen las brujas, pero que las hay, las hay.

Intentar comprender ciertos momentos denota nuestro lado más iluso. La percepción de los sentidos del otro, de sus electrizantes vibraciones internas, que emanan intenciones sudorosas.

¿Cuántas cosas querés? ¿Eat here or take away?

¿Hasta dónde querés llegar? ¿Me querés romper la psiquis? Te vas a enamorar.

Basta, paremos, sigamos. No me hables, no me sirve. Gritame.

Decime que todo se desvanece, que sólo queda tu mirada. No dejes nunca de mirarme, alimentame, dame tu sed.

Huí o quedate a vivir.

martes, 1 de septiembre de 2009

Aire


Hace ya más de ocho meses me bajé de un mundo que giraba más rápido de lo que yo quería correr o caía más fuerte de lo que la presión de mi cuerpo podía soportar.

Aveces siento que mi cerebro se apagó, que el tiempo me pasa por el costado y yo lo miro desinteresado. Pero mi cuerpo y mi alma lo saben, mi inconsciente, todo está en orden.


Vivo en un pueblo de poco más de mil habitantes y 6 perros, donde la calle donde se encuentra el banco se llama Bank Street y la principal se llama Main St. (Principal). Ya sin aquellos ruidos que me atormentaban, camino el pueblo con tranquilidad, observo como se vistió de blanco para recibir a los miles de turistas que lo alimentan temporada a temporada; respiro el aire tan anhelado.Las calles están cuasi desiertas a toda hora. Las personas y los perros saludan al pasar, siempre.El supermercado está a un cigarrillo de distancia de mi hogar, mientras que llegar al trabajo me toma solo siete cuadras a pie.

Las montañas son siempre testigo de todo. Con su cobertura blanca cuidan la tranquilidad de Methven, pueblo plagado de cabelleras blancas y ovejas. No es mucha la actividad que se puede encontrar aquí, tanto de noche como de día. Poco para hacer, siempre las mismas caras. Todos saben de todos, pero nadie se mete en lo que no le corresponde. Orden por doquier, silencio, paz.

Los cielos en las noches son alucinantes. Parecería ser que todas las estrellas del universo se posaran sobre el pueblo. La luna es un gran faról blanco que ilumina el silencio y lo hace cálido en medio de la temporada invernal.


Hoy soy Cheff en un hotel que recibe equipos de esquiadores que compiten en Mount Hutt, el cerro de la zona. Ayer recolecté todo tipo de frutas y verduras; mañana veré que hago.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Capítulo V, Final

Veneno; eso corría por mis venas, veneno. Unas ganas de matar, que mi sistema nervioso no conocía, rompieron la tranquilidad en la que me había dejado Paulita. ¡Mi mujer me engañaba, y lo hacía con el investigador al cual yo había acudido para descubrirla! La situación no podía ser peor, pero decidí que no iba a parar hasta descubrirla infraganti.


Pasaron algunos días hasta la siguiente salida de Laura, pero la noche llegó. Un sábado en el que dijo: “Gon, hoy ceno con las chicas. ¿Por qué no llamás a los chicos para que vengan a ver el partido?”, me ofreció. Esa noche jugaba Argentina contra Brasil, un amistoso que no tenía mucha importancia, pero no dejaba de ser un clásico. Sin embargo, no estaba en mis planes quedarme en casa, pensando como, el Sherlok Holmes de cuarta ese, se fornicaba a mi mujer.


Le dije a Laura que no se preocupara, que yo arreglaría mi noche más tarde y vería si llamaba a mis amigos o preferiría la soledad de la escritura.
Mientras tanto, mi cabeza pensaba cómo iba a hacer para seguirla.


Ella se fue a bañar. Se cambió, se perfumó y se maquilló para “ir a cenar”. Yo miraba una película francesa mediocre que estaban dando en el cable.


Se hicieron las 20 y el taxista que la llevaría al encuentro tocó el portero eléctrico.


- Mi amor, me voy. – me dijo.
- Bueno, esperá que bajo con vos.- contesté con suma tranquilidad.
- ¿A dónde vas?- preguntó curiosa.
- Al videoclub, voy a alquilar algo por las dudas. En el cable no hay nada.-repliqué.
- Ah bueno, dale.


Bajamos en el ascensor sin omitir palabra. Estaba divina, como hace mucho tiempo no la veía. Yo había salido del departamento con las llaves, plata en el bolsillo y el celular; de entre casa, pero sin que ella se diera cuenta, como para no volver.


Miré el número del móvil de la empresa que la esperaba, nos saludamos, se subió al auto y se fue. Apenas la vi doblar en la esquina, paré un taxi que pasaba por la puerta y le dije que doblara en la esquina y siguiera a su colega que iba por allá adelante.


Casi los perdemos dos veces, pero el hombre que me llevaba era un gran conductor, que, además, palpitaba mi urgencia. En varias ocasiones le expliqué que era muy importante que no los perdamos.
De todos modos, el viaje, desde casa hasta el destino de Laura, no fue muy largo. Con media cuadra de distancia, la vi entrar a una casa. Era en Villa Urquiza, en una zona tranquila, de casas grandes y ostentosas.


Una vez que entró, pagué mi viaje, me bajé del taxi y empecé a hacer mi propia investigación del terreno; la calle, la casa, las ventanas.


La casa tenía tres pisos. En la planta baja había una ventana por la cual se podía ver la cocina, otra ventanita que parecía ser la de algún baño y por último, un ventanal por donde no pude divisar nada hacia el interior, por la oscuridad que predominaba en el piso más bajo de la propiedad.


Parecía imposible entrar. Nada se me ocurría, o ninguna idea me parecía viable para conseguir traspasar la puerta que me separaba, literalmente, de la infidelidad de la cual yo era víctima.


Me quedé parado a un costado de la puerta de la casa. Decepcionado, ofuscado y sin saber qué hacer, decidí ir hacia la vereda de enfrente a tratar de pensar un poco y esperar que Satán me diera un consejo útil.


Pasaron 10 minutos, hasta que una sorpresa más apareció ante mis ojos. Un taxi paró en la puerta de la casa y la puerta trasera izquierda se abrió. Yo, al otro lado del asfalto, no lograba divisar bien el rostro del pasajero, hasta que ella bajó, el taxi se fue y la pude ver. Era Paulita, la camarera.


Me desesperé, no pude contenerme. Apenas se fue el taxi que la había llevado, me paré de un salto, crucé la calle corriendo y cuando llegué a su vereda me detuve de golpe. “¿Paula?”, le dije en voz baja, reprimiendo todas mis emociones. “¿Qué haces acá?”, continué.


-¿Gonzalo? – preguntó aún más sorprendida que yo. – Vengo a una reunión en lo de un amigo… pero… ¿qué haces vos acá?- siguió, con un tono casi increpador.


-Me invitó una amiga.- fue lo que más rápido se me ocurrió para zafar de esa situación y, quizás, para entrar a la casa.


-¡Ah mirá vos! Yo pensé que el grupo ya estaba cerrado, pero siendo vos… bienvenido.-contestó.


Antes de tocar el timbre, me besó y me volvió a agradecer por la noche que habíamos pasado juntos en mi departamento. Yo, mientras tanto, intentaba pensar con qué me iba a encontrar del otro lado de la puerta. Por un momento, pensé que capaz era un grupo de autoayuda, aunque luego (todos estos pensamientos volaban sobre los segundos en mi cabeza) me di cuenta de lo despampanante que estaba mi mujer y de lo hermosa que estaba Paulita, por lo que descarté esa hipótesis.


La puerta se abrió.


FIN